Allí estaba ella, me había seguido, al parecer no quería dejarme sola. ¿Me habría oído mientras hablaba con David? No lo sé. Miré para adelante y crucé las vías dirigiendo me hacia aquella casa abandonada a la que la gente la llamaba “La casa de Samara.” Su leyenda es complicada y hay varias pero a mi me daba igual si estaba embrujada, maldita, como estuviera.
Seguí mi camino, dando pasos firmes y decididos. Iba anocheciendo mientras que llegaba, pero no tarde nada, aun había sol. Me senté en uno de los bordillos que hay donde antes iban a beber y a comer los animales que habitaban allí y suspiré mientras miraba la puesta de sol. Todo me recordaba a él, no sabía cuando volvería a verle, si tarde o temprano, pero sabia que prefería temprano, le necesitaba, necesitaba su sonrisa.
Me empezó a vibrar el móvil, esta vez era un sms. Mis amigos estaban preocupados por mí, querían saber donde estaba. No conteste al sms, fue pasando el tiempo.
Cuando ya anocheció me levanté y me fui para mi casa con cuidado de que ningún quinqui me cogiera o me atracará. El camino de regreso a casa fue tranquilo. Llegué, subí a mi habitación corriendo, me puse mi pijama favorito y bajé a la cocina a comer algo.
Me fui a los varios salones que había en la casa, pero en ninguno había nadie, no me preocupé me quedé en el ultimo y me puse a ver la tele.
A los cinco minutos llegó Aitor, tenía una sonrisa en la cara, se lo tuvo que pasar bien. No me moleste en preguntarle nada, no quería empezar con una ronda de preguntas suyas y mías y luego con un enfado, no valía la pena con los días que tenia últimamente.
Subí a mi cuarto cerré las puertas y ventanas y puse el aire acondicionado para que la habitación se refrescara mientras veía tumbada la tele de mi dormitorio.
Aitor me dio una voz diciendo me que se iba otra vez, pero esta vez a jugar al fútbol con los demás amigos suyos a un descampado.
Al fin, sola. Seguía viendo la tele cuando sonó el teléfono de casa. Bajé corriendo las escaleras hasta llegar al primer salón que había y cogí el teléfono.
- ¿Sí?
- Perdone por la hora a la que llamo, ¿estoy hablando con algún familiar de David…?
- No, pero soy su vecina, dígame enseguida se lo diré a sus padres o alguna persona de su familia – en ese momento estaba asustada ¿Qué habría pasado?
La persona que estaba al otro lado del teléfono seguía explicando me lo que había sucedido, entonces rompí a llorar…
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